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IMPREDECIBLE
Por Armando Hurtado Aguirre, periodista de la División de Comunicaciones, Publicaciones y Mercadeo.
Sin darse cuenta caminó entre la gente y entró a un almacén que le llamó la atención. Preguntó por el vestido de la vitrina, y le mostraron todos los modelos, pero ninguno le gustó. Siguió caminando sin saber qué hacer. En otro almacén, vio ropa interior, sin embargo, ese día nada satisfacía su gusto. Cuando salió, un niño le pidió una moneda; ella, nerviosa, buscó en su cartera. El muchachito, sin perderla de vista, le alegó que tanta demora para una miserable moneda.
Ella se subió a la buseta y se quedó dormida, el conductor la despertó en el paradero. Caminó hasta el apartamento que compartía con una amiga, entró y lo primero que hizo fue quitarse los zapatos. Su compañera llegó más tarde con el novio; la pareja se quedó en la sala y ella se fue a su cuarto. Hubo un momento de total silencio, sin hacer ruido se asomó despacio y vio cómo ellos saciaban sus deseos. Se devolvió, se desnudó, se acostó y, abrazando su enorme muñeco de felpa, se quedó dormida.
Como no había comprado nada el día anterior, salió al centro de la ciudad y buscó un almacén de ropa interior. Lo curioso fue que un hombre la atendió. Se sintió intimidada cuando le mostró varios modelos, se quedó muda y prefirió salir; el vendedor se sorprendió con su actitud. Veinte minutos después regresó al almacén y se disculpó; el hombre sonrió y le dijo que no había ningún problema.
La mujer escogió la ropa, mientras él disfrutaba mirándola. No le disgustaba que un hombre la atendiera y, en un tono picante, le preguntó que cuál de los colores iban con su tono de piel. Él se le acercó para responderle y ella sintió su olor a almizcle, era como el olor del deseo. Se quedó mirándolo como proponiéndole algo; al momento, reaccionó. ¿Me llevo estos. ¿Se los empacaron y pagó. Al salir volvió la mirada hacia aquel hombre.
Regresó cansada a su apartamento, saludó sin mirar a los amigos de su compañera que conversaban en la sala. La amiga notó el disgusto y le preguntó la razón. La respuesta que recibió le hizo saber que esas personas no eran de su agrado; no obstante, su amiga refutó que ambas pagaban el apartamento.
Al día siguiente, se levantó temprano a trotar, y dejó que el viento pegara en su piel trigueña, que cuidaba como a una porcelana. No hizo nada para evitar que el sol quemara sus mejillas, únicamente se secó el sudor.
La discusión con su amiga había quedado atrás y el trabajo seguía igual, solo que ahora empezó a tener gusto por las caminatas al terminar su labor. Lo extraño era que siempre llegaba al almacén de ropa interior. Aquel hombre le producía ansiedad, y él se daba cuenta, sin embargo, su actitud era indiferente, le agradaba que una mujer emprendiera la conquista.
En ella había temores, aún recordaba una experiencia bastante triste. Le daba angustia imaginar otro fracaso, y ese hombre se le estaba convirtiendo en una obsesión. No dejaba de ver su rostro, sus manos. Le encantaba pasar por aquella calle concurrida y desde el frente contemplarlo. A él le gustaba ser observado y deseado por ella. Aunque nunca habían hablado, parecía que se conocían desde hacía tiempo, tanto así que cada uno podía disfrutar del otro plenamente; eran los movimientos y los gestos los que los hacían sentir: era su propio lenguaje.
Un día, con el pretexto de comprar algo, decidió entrar al almacén y hablarle, pero él ya no trabajaba allí. Llegó al apartamento y su amiga estaba muy contenta, le dijo que tenía un amigo especial, un hombre diferente.
En esa semana, la mujer caminaba aburrida por la ciudad, y llegó sin querer al almacén; tal vez, tenía la esperanza de volver a verlo. Pero entró a una cafetería cercana. Pidió un café y por un largo rato se dedicó a observar a la gente que entraba y salía. Se sonrió al mirar cómo la mesera coqueteaba con los muchachos que atendía.
Cuando llegó al apartamento, la sorpresa fue grande: encontró a su amiga sentada en la sala al lado del hombre que le había despertado tantas emociones. No supo cómo saludar, quiso besarlo, pero siguió a su cuarto sin mirarlo. Él se quedó mudo.
Con la excusa de frecuentar a su amiga, la veía a ella. Un día no estaba y decidió esperarla. Estaban nerviosos, él le tomó las manos y se las besó; en ese momento, entró la amiga y los insultó. El hombre le explicó que ya se conocían de tiempo atrás. Realmente a ella no le importó mucho, dejó que las cosas sucedieran entre los dos.
Muchas veces se quedaron solos, pero él siempre la evadía cuando sentía que podía suceder lo esperado; siempre tenía una disculpa para irse. Una tarde fría y lluviosa, estando solos, la armonía de sus corazones, los ojos en el infinito y el olor de sus cuerpos no se contuvieron. Ella deseaba ser poseída, se desnudó, y él la besó y le hizo el amor en su alma, físicamente no sabía qué pasaba. Nunca se desnudó, simplemente se fue.
Ella lo busca por las calles de una ciudad que absorbe a los hombres que la atraviesan, donde ella se pierde y nunca se vuelve a saber de ellos.